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2/2/11

Fru Fru

Hace dos años y poco más, mi hermano me planteó una serie de personajes con cuatro o cinco características para crear unas historietas conjuntas y relacionadas entre sí. La idea era que los personajes estuvieran basados en los integrantes de su grupo de música y los más allegados a ellos. La verdad es que el asunto no llegó a ningún lado, pero hoy me he encontrado con un mini-fragmento para unos de los personajes. Y aquí se lo dejo.

"- "Dios mío" - pensó.- "Tengo que aguantar esta mierda todos los días". Miraba la barra. No eran todavía las once de la mañana y ya había cuatro hombres borrachos, cansados de sus miserias e intentando hacerlas desaparecer por el fondo de la botella. Pero cada vez que vaciaban una, ahí seguían estando. Y una infinita estupidez llamada ilusión les decía que siguieran bebiendo, que con la próxima ya no habría dolor. Al cabo de otras tantas botellas más, caían en el inconsciente. Ahí es donde acababa todo. Al menos durante una brevedad efímera.

Al día siguiente el círculo volvía a empezar. Estaba harta de esos putos borrachos."

2/8/10

Satellite Heart

Un día, sin más, su presencia me empezó a arder en la piel. Y aparecieron de la nada unos violines componiendo notas decadentes que relataban, en realidad, lo insalvable entre los dos.

Y a pesar de estar a mi lado, la distancia milimétrica era en verdad un abismo. Todo lo contenido se alzaba con un grito ensordecedor de silencio. Y él parecía dispersarse con las notas finales de la melodía que sonaba en mi cabeza.

No sé si era yo que lo estaba expulsando de mi lado, inconscientemente y para salvaguardarme, o si era él realmente el que nunca había estado aquí.

6/4/10

Relato nº 2

Tenía el martillo en la mano. Cubierto de sangre. La cabeza de Hugo estaba destrozada. Hecha pedazos. Irreconocible, en el suelo. El resto de su cuerpo, inerte, todavía estaba pegado a ella.

Le miraba con los ojos vacíos, como si en realidad no le viera. Pero estaba allí. Y le miraba. Todavía no comprendía si lo que acababa de hacer era una respuesta producida por el odio o, simplemente, la mera prueba de saberse capaz de hacer algo así. El ser consciente de su propio instinto de supervivencia.

A pesar del vacío, se sentía liberada. Liberada de la presencia de Hugo. De su voz, su fuerza, sus manos. Llevaba tantos años aguantando a aquel cabrón que no sentía ni un solo remordimiento por haber hecho aquello con su cabeza.

Se quedó media hora ahí parada, todavía con el martillo en la mano. Observando el charco de sangre en el suelo. El rostro destrozado. Todo había pasado demasiado rápido. Había oído cómo metía la llave en la cerradura de la puerta. Y en ese momento, siguió un impulso. Sus piernas la levantaron de la butaca y fue hacia el lavadero. Su mano, directamente, buscó la caja de herramientas. Su cuerpo y su mente estaban conectados. Algo le decía que hoy era el día en el que se acababa la tortura. Las ansias, el odio y la rabia salían de sus entrañas. Cogió el martillo y se dirigió hacia la entrada. Y ahí estaba él. Con su cara aborrecida. Sus manías. Su monotonía. Su falsa hombría. Sin más, sin que él lo esperara, le dio el primer martillazo en la sien. Hugo cayó inconsciente al suelo. Pero no tenía suficiente y siguió golpeando la cabeza de aquel hijo de puta, hasta dejarlo como estaba. Muerto. Sin vida. Sin amenazas.

Volvió a mirar el cuerpo de Hugo. Y respiró tranquila. A partir de ese momento, se sentiría segura. A partir del primer martillazo que había dado, aquel cabrón no volvería a ponerle la mano encima.

20/2/10

Relato nº 4

Nací en la nada y de la nada. Aunque técnicamente eso sea imposible. Quiero decir, todo nace a partir de algo, pero quizás yo fuera la excepción. O tan solo una manera figurada de hablar. Pero de la nada existí, y en la nada estaba. Aunque no sabría cómo explicar lo que es la nada. Quizás un burdo intento sería el decir que no tenía nociones ni de espacio ni de tiempo. Ni siquiera de mis propios espacio y tiempo. Y como no tenía aspiración ninguna (de momento), me limité a existir.

Durante mucho, y realmente quiero decir MUCHO tiempo, llevé una existencia solitaria y feliz. Era feliz en mi propia nada y más bien hacía poca cosa. Simplemente era. No hacía nada más. No había pensamiento. No había dolor. No había diversión. Nada. Parecía algo concebido en un arrebato de inspiración que se había estancado al pasar del primer párrafo. Como la idea latente de una historia que no sabe cómo evolucionar. Pero disimuladamente, y sin que yo fuera consciente de ello, de forma silenciosa y discreta, un cambio empezaba a tomar forma en mi existencia.

Así que, ahí seguía yo. Todavía sin nada que hacer. Sin nada que ver. Esperando a que todo tomara su curso natural. Yo y mi existencia, alejados de todo lo demás. No sé cuánto tiempo más pasó, porque probablemente mi percepción del tiempo sea errónea, pero de repente, empecé a tener forma y fin. Por forma me refiero a un cuerpo, y por fin, a una meta. Claro que, a ciencia cierta, no sabía qué tenía por misión ni cómo era mi cuerpo. Al no saber qué ni cómo era exactamente mi cuerpo, mucho me temía que no haría aquello para lo que había empezado a existir.

Mientras algo decidía, muy lentamente, mi propia forma, yo seguía en mi propia nada, sin mucho que pensar, excepto en qué clase de ser/ente terminaría por convertirme y de qué forma se me revelaría mi misión. ¿Sería una luz? ¿Un mensaje divino? ¿Algo o alguien diciéndome algo así como "MUÉRETE"? Porque bien podría ser ese mi único y exclusivo fin. Todo lo que nace, muere. Y hasta que no llega a ese punto, todo lo demás es evolución. Si yo ya había empezado el proceso de mi propia evolución, ¿sería, pues, la muerte mi meta? ¿O tendría algo más que implicar en el curso de las cosas? Algo así como crear vida nueva que implique grandes cambios... Y si era, entonces, solo la muerte mi razón de existir, ¿qué clase de muerte me esperaba?

Me encontraba de repente con tal actividad reflexiva, que me sentí exhausto y tembloroso, así que, por el momento, dejé de hacerme preguntas y simplemente me quedé esperando... Esperando a que algo cambiara.

Pasó demasiado tiempo. Eternidades, se podría decir, sin ningún tipo de exageración. Mi forma todavía no estaba completamente definida y tenía ciertas dudas sobre mi finalidad. Intentaba no pensar en ello, pues me dejaba sin fuerzas y sin energía para ser simplemente.

En algún punto de este tiempo infinito, hubo un inciso que provocó un desdoblamiento en el plano espacio-temporal y pude ver lo que bien podría interpretar como mi futuro. Vi parte de mi propia nada sumida en una lluvia de gas y polvo, desprendiendo infinidad de colores. No me preguntéis por qué supe que veía lo que veía. Es ese tipo de cosas que, simplemente, y sin explicación alguna, se saben. Así pues, después de esa perturbadora experiencia y claro mensaje a mi existencia, cogí lo que había empezado a ser mi cuerpo y lo llené de energía. Me había cansado de esperar, así que decidí desafiar al algo que me había creado y hacer lo que él no era capaz. Cogí aire una vez. Y dos. Y tres... Y me llené de luz.

Ahí estaba yo, pues. Un núcleo, una fuerza, rodeada por una luz cegadora. No a mí mismo, porque provenía de mi propio cuerpo, pero sí para los ojos cercanos que se atrevieran a mirarme. Mi cuerpo se había convertido en un algo masivo y pesado, que generaba ondas de energías por doquier. Me sentía pletórico. Realmente, no sabía si había sido yo el que me había otorgado mi propio cuerpo (muy caluroso, por cierto) o si en realidad, todo estaba ya escrito y así es como debía pasar, antes o después en la inmensidad temporal, y mi insistencia e impaciencia sólo había servido para acelerar el curso de las cosas. Fuera como fuese, me sentía lleno de vida y estaba preparado para el siguiente paso... pero de momento, y precavido como era, me paré a disfrutar de mis líneas irregulares, de mi propia luz, y de la inmensa grandeza de mi cuerpo, rodeado por la nada.

Volví a esperar. Pero esta vez, todas las eternidades juntas. Al principio, me pareció normal. Había pasado mucho tiempo hasta que me otorgué (u otorgaron) una forma, así que tendría que ser realmente paciente hasta que ocurriera otro cambio. Los primeros tiempos (los más cortos, pero muy parecidos a lo que se entiende por millones de años) disfrutaba de lo que era. Cada nuevo ciclo me parecía igual de interesante que el anterior. Las pequeñas cosquillas de mi propia existencia me sacaron de la continua monotonía de ser lo que era. No tenía dudas existenciales, porque la novedad de mi recién (y ya tan lejano) adquirido cuerpo llenaba todos mis pensamientos. Pero los últimos tiempos, fui consciente de todas y cada una de las partes de mi núcleo, qué lo formaba y cómo reaccionaban unas partes con otras... Después de comprender absolutamente hasta la última fibra de mi ser y de mi existencia (pero aún no mi misión), se me acabó la expectativa del nuevo ciclo. Me cansé de ser paciente. De esperar al cambio. Quizás no estaba destinado a él. Quizás mi vida se limitaba a ser simplemente lo que era y permanecer así por los siglos, milenios y eternidades a las que podía estar sujeto. Quizás no había nada más para mi. Y creedme si os digo que fui paciente y benevolente con la nada que me creó. Ni siquiera el mero hecho de haber visto, por gracia y obra de lo que fuera, mi posible futuro, suponía ya alguna esperanza para mi. Había pasado exageradamente tanto tiempo, que ya ni recordaba la explosión de colores que vi envolverme en la visión.

Digamos, entonces, que perdí la ilusión de ser. Y un día, dejé de crear energía. Algo en mi interior empezó a destabilizarse. Notaba la desintegración de unas partes y la fusión de otras. El cambio estaba teniendo lugar, pero yo ya no estaba. Me había separado de mi cuerpo, el cual había acabado aborreciendo, y me había resguardado en el propio núcleo, en la parte más interior que encontrara, para ser meramente un espectador más. No iba a tomar parte de nada de lo que ya pudiera ocurrir. No, ya no. Mi cuerpo asumiría lo que estaba por llegar.

Lo vi caer. Lo vi levantarse. Lo vi envolverse de luces y más luces. Intensos calores y pequeñas explosiones que desprendían de sí mismo partículas a la nada. En realidad, era todo un espectáculo. Yo había estado esperando millones de eternidades a que él viniera. Otras más a que él cambiara. Ahora que me había rendido, parecía que se regocijaba en su propio estallido de vida. ¡Ah! Pero qué equivocado estaba. Mi propio cuerpo había entendido mi inexistencialismo y había decidido, como yo, llegar a su fin. Nos esperamos el horror. Pensé, por un momento, en que quizás hubiera sido mejor el no haber inspirado y llenarme de luz... y así no haber creado mi cuerpo y evitar, ahora, lo que estaba por llegar. Pero era demasiado tarde. Y no tenía sentido una existencia insulsa y parada.

De repente, todo se llenó de una luz intensa y provocadora. Pequeñas explosiones ocurrían a lo largo y ancho de mi/el cuerpo. Yo lo vi. Primero eran discretas. Pero poco a poco (o también muy deprisa, pues la percepción del tiempo es absolutamente relativa), las explosiones empezaron a ser más agresivas. Toda la energía que había acumulado a lo largo de toda mi existencia se me fue escapando en cada una de ellas, hasta llegar al punto en el que la Nada se convirtió en una totalidad de luz, polvo y gas.

"Esta es mi meta, pues. Esta es mi muerte", dije. "Soy una supernova", comprendí, resignado pero también feliz, al fin.

Y mi propio brillo y yo nos fuimos apagando poco a poco..., hasta desaparecer completamente. En un instante.

3/2/10

Relato nº 3

"Soy Satán", me dice. Como si fuera lo más normal del mundo. Como si su nombre no pesara una eternidad y un temor.

Es alto. Lleva una barba de unos cuatro-cinco días. Su pelo es castaño con reflejos tanto rojizos como dorados. Los ojos son como un abismo abierto de miel en el que bañarse.

Desprende un olor dulzón. Cuida sus manos, y todos sus movimientos son pausados. Tiene pequeñas cicatrices en el rostro, pero se puede decir que es atractivo.

La nariz, fina. Sus labios, delicados. Y una sonrisa sincera. La piel, tostada. Y algo en su acento... un deje que no se puede identificar.

Se ríe sin temor. Camina con un hombro caído y cuando se sienta observa el mundo.

Una figura discreta pero llamativa. ¿Puede ser? Aparece de vez en cuando en el mundo, con un objetivo concreto. Despliega sus armas y ataca a sus presas.

Es inmune al error humano.

Su manera de pronunciar su propio nombre le quita el peso del infierno.

"Yo soy Dios", contesto.

16/9/08

Aniquilar

Aniquilar. Solo pienso en eso. En esa palabra. Pienso en aniquilar ideas, aniquilar juegos, aniquilar verdades y mentiras. Aniquilar el pensamiento. Aniquilar el propio concepto de aniquilar. Y al final, aniquilarme a mí misma. Verlo desde el otro lado. Aniquilarme. Ser lo aniquilado. Ser nada.

9/6/08

Mes 3.

Todavía se acordaba de esa primera sonrisa. La primera vez que le vio. Condescendiente y amable. De su ácida mirada... se acordaba de ella porque últimamente, no la veía. Se había perdido un poco de la magia y no sabía por qué. Quizás porque él se había vuelto accesible. Había ido desvelando poco a poco el misterio que le envolvía y lo había hecho ordinario, poco excepcional alrededor de los demás compañeros. Sus conversaciones con ella habían pasado a ser algo más sinceras, a pesar de que todavía eran escuetas. Aún así, todavía se resguardaba demasiado para sí mismo. Faltaba la chispa que les hiciera conectar. Ella tenía miedo de sobrepasarse con sus bromas. Él quizás tenía miedo de parecerle demasiado serio.

No se había establecido todavía ningún tipo de monotonía. No habían tomado la costumbre de necesitarse el uno al otro para sobrellevar mejor el día. Todavía eran autosuficientes. Quizás, un pensamiento fugaz sobre el otro. Una mirada discreta, de pasada. Aunque ninguno de los dos sabía qué decisión tomar. Qué movimiento hacer. Ella se distraía con un susurro de nuevas promesas. Él tenía mucho que sacar adelante.

La incompatibilidad venía dada desde el primer día, solo que ninguno de los dos era realmente consciente. Quizás ella pensaba más en ese tipo de aspectos, a pesar de que probablemente, las cosas no evolucionarían. Soñar es más fácil que hacer. Ella se resguardaba demasiado en las mil posilidades de las cosas. Infinitas combinaciones, muchos aspectos desde los cuales jugar. Pero siempre se quedaba en la retaguardia. Quizás esperaba a que él diera el primer paso. A pesar de haberse perdido toda la belleza de lo desconocido, quedaban rincones inexplorados que podían otorgarle de nuevo, ese toque distintivo. Solo tenía que cambiar su forma de verle. Regresar al sentimiento inicial.

Hacía un mes que se había enterado de que no tenía pareja. Hacía dos semanas le habían dicho que había preguntado por ella. Hacía dos días, él se había tomado la molestia de traerle un chicle, cuando vio que necesitaba uno. Un chicle...Algo tan simple como un chicle se había transformado en el delicado detalle del día, que la tuvo sonriendo toda la tarde.

Hoy su mirada era gris. Un grito de desesperación. Una súplica de salvación. Y sólo pudo darle una sonrisa. La impotencia de no tener la suficiente confianza para consolarle con el tacto de otro ser humano le sintió como un mazazo en el pecho.

¿Se pueden salvar las diferencias? ¿Se pueden combinar dos tipos de vida completamente diferentes? ¿Dos edades tan distintas? Lo único que podría contestarle era el tiempo. Y él, si algún día llegaba a preguntárselo.

5/6/08

Una calle

Hoy he vuelto a sentir que no era yo la que caminaba.

Una fuerza se ha adueñado de mi yo cuerpo, mientras que mi yo mente se quedaba rezagada una calle por detrás. Diez segundos por detrás. Una vida por detrás. Mi yo mente se ha ausentado de mi yo cuerpo. Se ha separado de él, liberándose de la cansada cárcel que lleva arrastrándola a un estado de agotamiento continuo. El instante de separación se ha prolongado, convirtiendo esa pequeña sensación en un abismo, que engulle, que desorienta.

Cuando mi yo mente ha decidido volver a mi yo cuerpo, el tiempo había pasado y el camino estaba hecho. Solo un instante en el que fingir estar en otro tiempo y otro lugar. Volver a la realidad, sabiendo que no voy a donde quiero ir, y que haré algo que no quiero hacer. Que existe un largo camino que todavía hay que recorrer. Con mis pasos o con los de esa fuerza. Con mi yo mente y mi yo cuerpo. O separados. Nunca sabré en qué momento mi yo mente decidió regresar a mi yo cuerpo y si creyó que realmente era necesario. ¿Por qué no evadirse toda una vida? O diez segundos por detrás. Sólo a una calle por detrás.

3/5/08

Semana 3/4.

Durante una semana, había estado tranquila. Disfrutando de las horas de trabajo con sus compañeros y evadiéndose cuando se cruzaba con algún cliente que sólo iba ahí para retorcer la estabilidad emocional de los vendedores. Se había incluso olvidado de la mirada de él y se había limitado a estar.

Pero el lunes había vuelto y parecía que traía el alma renovada. No se había cruzado con él, porque no quería buscarle. Y desde la distancia se dijo a sí misma que no tenía que dar rienda suelta otra vez a esa pequeña obsesión.

El martes consiguió acercarse a él, con una excusa. No es que, exactamente, lo consiguiera, pues el acercamiento fue más bien casual hasta el momento en que ella pensó en ese nuevo movimiento como algo a favor de la(su) situación. Una risa concedida, real y sincera. Una conversación trivial. Y su mirada.

El miércoles fue un día cuanto menos curioso. Antes de fijarse en él más allá de lo que podía ser un simple compañero de trabajo, cuando llevaba dos semanas trabajando, una mañana, en el metro, se cruzó con él. Él no la vio, pero ella reparó en él porque era "el que desentonaba". El que había venido alguna vez a la sección con una cliente pidiendo por su ayuda, y se había ido dando un gracias con una amplia sonrisa. Ese mismo miércoles, se lo volvió a cruzar. Pero esta vez, él reparó en ella. Primero, extrañado, y luego saludándola con una pequeña sonrisa de sorpresa. El día sucedió, para ella, como algo más ligero de llevar. En el trabajo, mientras preparaba un equipo de sonido, él se había acercado a su sección y se había parado a hablar con ella. Intentó guardar (ella) la compostura, queriendo esconder la sorpresa que sentía puesto que era él quien se había acercado y preguntaba el por qué de su madrugón. Intercambiaron unos pequeños detalles personales que a cualquiera le podían parecer lo más insignificante en una conversación entre compañeros, pero ella veía y comprendía más allá de las palabras que se decían. Mentalmente, y a una velocidad pasmosa, iba atando cabos, y aunque esos nuevos datos no la favorecían en absoluto, se alegraba de que al menos, habían dado ya un pequeño paso y quién sabe si a partir de entonces, el grado de confianza era un poco más grande como para pasar del simple "Hola" a una complicidad más elaborada.

El viernes fue la prueba física de que, por primera vez, tenía razón. Se lo cruzó, y ambos se sonrieron con una amplia sonrisa muy sincera, mientras él sujetaba la puerta para que ella pudiera pasar. Un pequeño sentimiento de bienestar recorrió su cuerpo y se dijo a sí misma que se controlara... que había otros temas personales que tendría que atender, antes o después. Pero cada vez que lo veía (porque más tarde aparecería por su sección a dejar unas cosas), se olvidaba de todo lo demás, y sólo existían esos ojos casi negros, perfectos y grandes, con su acidez característica. Cruzaron cuatro bromas y cada uno volvió a lo suyo. Para ella su pareja no existía. Y su otro asunto personal iba apareciendo y desapareciendo, sin querer asentarse en su mente. Por último, una pequeña consulta que él se la resolvió sin más, pero queriendo facilitarle las cosas, le recomendó que si se veía en un apuro, mandara el cliente a su sección. "No... más que nada, es para conocer el producto y saber de lo que hablo." Él sonrió pero volvió a hacer hincapié.

Mientras, intentaba acercarse a uno de sus compañeros de sección que trabajaban con él. No para sacarle información, sino para irse integrando, poco a poco, en el grupo. Y el método tenía sus resultados. Cada vez se sentía mejor en aquel lugar. Dando pequeños pasos que, hace años, hubieran sido impensables. Se despojaba de cualquier tipo de vergüenza e intentaba avanzar.

A pesar de todo, había una tercera persona que había entrado en juego. Pero todavía no sabía desde qué punto analizar la situación, ni cómo tomárselo. Y no podía deshacerse de aquella mirada... Por mucho que quisiera. Era su pequeño talón de Aquiles.

19/4/08

Semana 2.

Se había acordado, mientras pasaban los días, de otro momento en el que cruzó con él más que un hola, cuando todavía no había aparecido el interés en forma de obsesión. Él se había limitado a estar cortés, justo y a la vez, distante y frío. Y ella lo había interpretado como un signo de educación, esa pequeña muestra de respeto que no todos la dan.

Ahora, después de casi 1 mes desde que coincidieron al recoger sus papeles e intercambiar el que era el de uno con el del otro, veía ese distanciamiento de otra forma. Daba nuevas figuras a las sombras y se inventaba nuevos nombres para disfrazar las obviedades ya establecidas. Se volvía a tapar los ojos. No todo el mundo es capaz de asimilar y encajar un gran golpe con dignidad. Cada uno, a lo largo de su existencia, había ideado sus propias formas de evadirse de la realidad y a la misma vez, afrontarla.

Hoy había llegado al trabajo desde el distanciamiento precavido, después de las conclusiones a las cuales ella misma se había forzado a llegar, pero todavía ansiaba encontrárselo en el área de descanso, mientras se preparaba para su fugaz siesta típica de los(sus) viernes, o ya dormido. Pero no estaba. No quiso darle muchas vueltas, porque no tenía más significado del que propiamente tenía.

Aún así, horas después no pudo evitar pensar en ese preciso momento en el que entró por la puerta y la sala estaba vacía. Estaba sola. Esa fue la primera imagen que apareció en su mente, de forma instantánea, cuando finalmente descubrió que tenía pareja. Después de esa desoladora visión, se acompañó a sí misma con una sentencia llena de autocompasión “Así estaré, a partir de ahora, más tranquila… ya no tengo motivos para crear expectativas y/o esperanzas”. La tercera fase que experimentó en poco más de dos minutos fue ese sentimiento demoledor debido a esa sentenciadora confesión que nos deja completamente fríos sin saber cómo reaccionar, deseando poder echar atrás en el tiempo y fingir que esas palabras no se habían dicho y que por lo tanto, no tenían validez alguna.

La única facilidad que encontró en el mismo momento en el que se le partía un poco más la felicidad pasajera fue que, efectivamente, él tenía libre. Y no habría cruces con saludos distantes.

13/4/08

Semana 1.

La primera vez que recordaba haberlo visto, se había parado junto a ella durante diez segundos. Había susurrado un “gracias” y había vuelto sobre sus pasos. Solo recordaba eso. Estaba demasiado nerviosa en su segundo o tercer día de trabajo (tampoco lo sabía a ciencia cierta cuándo fue), como para retener cada detalle de la escasa conversación que tuvieron. No se fijó, entonces, demasiado en él, excepto en lo que desentonaba en aquel lugar. No era como las demás personas que estaban ahí. Al menos, así lo creía ella.

Cuando se paraba a pensar en las siguientes veces que lo vio, no recordaba demasiado, excepto un escueto “Hola” cordial cuando se cruzaban en el pasillo, por trabajar en la misma empresa. Cada vez que se cruzaba con él, se fijaba, fugazmente, en la acidez de su mirada. En la seguridad que transmitía. La seriedad y la experiencia que reflejaban sus ojos. Semanas después dedujo que era por la edad que tenía, cuando descubrió cómo se llamaba y que acababa de cumplir años. Unos cuantos más de los que ella pensaba.

Había algo de curioso en la relación entre hombres y mujeres, pensaba. Incluso en el momento antes de iniciar esa relación (ya fuera de amor o de amistad), hay un espacio temporal en el que no se sabe que esa persona existe… hasta que pasa algo que la hace entrar en el campo de interés. Había sufrido casos más drásticos (como trabajar con un hombre durante todo un verano, y que él le confesase que ya habían trabajado el año anterior juntos durante una semana, y que ella ni se acordara de su cara), pero tampoco era muy diferente. Comenzó a fijarse más en sus pequeños detalles (la sonrisa, su forma de caminar, su manera de comunicarse con la gente, la seriedad con la que la saludaba) después de haber soñado una noche con él. Poco a poco, pasó de la fijación a la obsesión.

No fue hasta un tiempo después que se paró a pensar si esa pequeña obsesión era por el simple hecho de que apareciera en uno de sus sueños o porque realmente encontraba algo especial en él. Intentaba analizarlo desde un ángulo neutral, pero se veía influenciada por otros factores. Su soledad, su necesidad de cariño, esa constante falta de alguien a su lado. Hacía poco, se había visto recompensada por un abrazo fuerte y cariñoso por un amigo, que le confesó verla algo abatida y solitaria. En ese mismo momento, se había desmoronado, sintiendo cierta nostalgia que bien sabía de dónde venía.

Su punto de vista, por mucho que intentara ser objetivo, se veía influenciado pues, por diversos sentimientos. Quizás su mente le había jugado una mala pasada y había escogido a la persona errónea, porque no veía que existiera la posibilidad, por parte de él, de un acercamiento. Se dijo a sí misma que si todo era tan complicado (realmente no lo era, sólo que tenía ansias de que todo ocurriera cuanto antes), era porque no debía de ser él. Porque, posiblemente, no estuviera interesado (tuviese o no pareja). O quizás realmente, él merecía ese tipo de atención… y ella la recibía de él, pero los dos eran tan tímidos que ninguno se decidía a dar el paso.

Antes de llegar al día en que concluyó que todo debía de pasar más despacio y sin forzar nada, había intentado establecer conversación con él. Acercándose a su sección para pedirle cualquier cosa, hacer una pequeña broma (jamás escuchada), o cuando se pasaba él por su mostrador, incitándole a hablar. Pero él se limitaba a las formalidades. Y ella volvía cada vez más frustrada a casa, pensando en que realmente, no había ninguna opción. Que ese interés no era recíproco. Intentó buscarle defectos para alejarlo de su mente. Pero siempre volvía con su mirada ácida. Cada vez que la recordaba, intentaba encontrar mejores palabras para describirla, pero así la sentía. Una mezcla de acidez y experiencia. Que la retaba. Pero no era capaz de aceptar el reto. Y él parecía insistir más bien poco.

A pesar de llegar a una conclusión, él parecía negarse a dejar libre su mente. En cada esquina, aparecía él. Se repetía una y otra vez a sí misma que las cosas tenían que salir naturales. Que si no existía interés, poco a poco, se iría deshaciendo el encanto (y su recuerdo en la memoria), y lo volvería a mirar como la primera vez. Por encima, sin reparar en los detalles, y siendo meramente cordial para susurrar un saludo. Y que, en el mejor de los casos… él estaba ideando algún tipo de plan para poder establecer una conversación y desarrollar, para empezar, una relación de compañeros de trabajo, que no se limitan simplemente al saludo.

No quería implicarse demasiado, por miedo al rechazo. Había comenzado de la nada. Había tenido suerte incluso de conocer su nombre. ¿Dónde debía de dibujar la línea para tener un límite? Quizás ya era tarde para establecerla, y la había pasado. Excepto tres datos, poco más conocía de él. ¿Estaría en la misma situación de no ser por el sueño?

Intentando no darle demasiadas vueltas (más de las que ya le había dado), se planteó ir al trabajo con otro tipo de pensamiento. Mantenerse alejada. No hacer más movimientos. No más búsquedas. Si no le veía venir, entendería que no existiera ningún tipo de interés. Desharía el sueño. Volvería atrás para descruzar la línea. Y no más “Gracias” condescendientes por su parte.