20/2/10

Relato nº 4

Nací en la nada y de la nada. Aunque técnicamente eso sea imposible. Quiero decir, todo nace a partir de algo, pero quizás yo fuera la excepción. O tan solo una manera figurada de hablar. Pero de la nada existí, y en la nada estaba. Aunque no sabría cómo explicar lo que es la nada. Quizás un burdo intento sería el decir que no tenía nociones ni de espacio ni de tiempo. Ni siquiera de mis propios espacio y tiempo. Y como no tenía aspiración ninguna (de momento), me limité a existir.

Durante mucho, y realmente quiero decir MUCHO tiempo, llevé una existencia solitaria y feliz. Era feliz en mi propia nada y más bien hacía poca cosa. Simplemente era. No hacía nada más. No había pensamiento. No había dolor. No había diversión. Nada. Parecía algo concebido en un arrebato de inspiración que se había estancado al pasar del primer párrafo. Como la idea latente de una historia que no sabe cómo evolucionar. Pero disimuladamente, y sin que yo fuera consciente de ello, de forma silenciosa y discreta, un cambio empezaba a tomar forma en mi existencia.

Así que, ahí seguía yo. Todavía sin nada que hacer. Sin nada que ver. Esperando a que todo tomara su curso natural. Yo y mi existencia, alejados de todo lo demás. No sé cuánto tiempo más pasó, porque probablemente mi percepción del tiempo sea errónea, pero de repente, empecé a tener forma y fin. Por forma me refiero a un cuerpo, y por fin, a una meta. Claro que, a ciencia cierta, no sabía qué tenía por misión ni cómo era mi cuerpo. Al no saber qué ni cómo era exactamente mi cuerpo, mucho me temía que no haría aquello para lo que había empezado a existir.

Mientras algo decidía, muy lentamente, mi propia forma, yo seguía en mi propia nada, sin mucho que pensar, excepto en qué clase de ser/ente terminaría por convertirme y de qué forma se me revelaría mi misión. ¿Sería una luz? ¿Un mensaje divino? ¿Algo o alguien diciéndome algo así como "MUÉRETE"? Porque bien podría ser ese mi único y exclusivo fin. Todo lo que nace, muere. Y hasta que no llega a ese punto, todo lo demás es evolución. Si yo ya había empezado el proceso de mi propia evolución, ¿sería, pues, la muerte mi meta? ¿O tendría algo más que implicar en el curso de las cosas? Algo así como crear vida nueva que implique grandes cambios... Y si era, entonces, solo la muerte mi razón de existir, ¿qué clase de muerte me esperaba?

Me encontraba de repente con tal actividad reflexiva, que me sentí exhausto y tembloroso, así que, por el momento, dejé de hacerme preguntas y simplemente me quedé esperando... Esperando a que algo cambiara.

Pasó demasiado tiempo. Eternidades, se podría decir, sin ningún tipo de exageración. Mi forma todavía no estaba completamente definida y tenía ciertas dudas sobre mi finalidad. Intentaba no pensar en ello, pues me dejaba sin fuerzas y sin energía para ser simplemente.

En algún punto de este tiempo infinito, hubo un inciso que provocó un desdoblamiento en el plano espacio-temporal y pude ver lo que bien podría interpretar como mi futuro. Vi parte de mi propia nada sumida en una lluvia de gas y polvo, desprendiendo infinidad de colores. No me preguntéis por qué supe que veía lo que veía. Es ese tipo de cosas que, simplemente, y sin explicación alguna, se saben. Así pues, después de esa perturbadora experiencia y claro mensaje a mi existencia, cogí lo que había empezado a ser mi cuerpo y lo llené de energía. Me había cansado de esperar, así que decidí desafiar al algo que me había creado y hacer lo que él no era capaz. Cogí aire una vez. Y dos. Y tres... Y me llené de luz.

Ahí estaba yo, pues. Un núcleo, una fuerza, rodeada por una luz cegadora. No a mí mismo, porque provenía de mi propio cuerpo, pero sí para los ojos cercanos que se atrevieran a mirarme. Mi cuerpo se había convertido en un algo masivo y pesado, que generaba ondas de energías por doquier. Me sentía pletórico. Realmente, no sabía si había sido yo el que me había otorgado mi propio cuerpo (muy caluroso, por cierto) o si en realidad, todo estaba ya escrito y así es como debía pasar, antes o después en la inmensidad temporal, y mi insistencia e impaciencia sólo había servido para acelerar el curso de las cosas. Fuera como fuese, me sentía lleno de vida y estaba preparado para el siguiente paso... pero de momento, y precavido como era, me paré a disfrutar de mis líneas irregulares, de mi propia luz, y de la inmensa grandeza de mi cuerpo, rodeado por la nada.

Volví a esperar. Pero esta vez, todas las eternidades juntas. Al principio, me pareció normal. Había pasado mucho tiempo hasta que me otorgué (u otorgaron) una forma, así que tendría que ser realmente paciente hasta que ocurriera otro cambio. Los primeros tiempos (los más cortos, pero muy parecidos a lo que se entiende por millones de años) disfrutaba de lo que era. Cada nuevo ciclo me parecía igual de interesante que el anterior. Las pequeñas cosquillas de mi propia existencia me sacaron de la continua monotonía de ser lo que era. No tenía dudas existenciales, porque la novedad de mi recién (y ya tan lejano) adquirido cuerpo llenaba todos mis pensamientos. Pero los últimos tiempos, fui consciente de todas y cada una de las partes de mi núcleo, qué lo formaba y cómo reaccionaban unas partes con otras... Después de comprender absolutamente hasta la última fibra de mi ser y de mi existencia (pero aún no mi misión), se me acabó la expectativa del nuevo ciclo. Me cansé de ser paciente. De esperar al cambio. Quizás no estaba destinado a él. Quizás mi vida se limitaba a ser simplemente lo que era y permanecer así por los siglos, milenios y eternidades a las que podía estar sujeto. Quizás no había nada más para mi. Y creedme si os digo que fui paciente y benevolente con la nada que me creó. Ni siquiera el mero hecho de haber visto, por gracia y obra de lo que fuera, mi posible futuro, suponía ya alguna esperanza para mi. Había pasado exageradamente tanto tiempo, que ya ni recordaba la explosión de colores que vi envolverme en la visión.

Digamos, entonces, que perdí la ilusión de ser. Y un día, dejé de crear energía. Algo en mi interior empezó a destabilizarse. Notaba la desintegración de unas partes y la fusión de otras. El cambio estaba teniendo lugar, pero yo ya no estaba. Me había separado de mi cuerpo, el cual había acabado aborreciendo, y me había resguardado en el propio núcleo, en la parte más interior que encontrara, para ser meramente un espectador más. No iba a tomar parte de nada de lo que ya pudiera ocurrir. No, ya no. Mi cuerpo asumiría lo que estaba por llegar.

Lo vi caer. Lo vi levantarse. Lo vi envolverse de luces y más luces. Intensos calores y pequeñas explosiones que desprendían de sí mismo partículas a la nada. En realidad, era todo un espectáculo. Yo había estado esperando millones de eternidades a que él viniera. Otras más a que él cambiara. Ahora que me había rendido, parecía que se regocijaba en su propio estallido de vida. ¡Ah! Pero qué equivocado estaba. Mi propio cuerpo había entendido mi inexistencialismo y había decidido, como yo, llegar a su fin. Nos esperamos el horror. Pensé, por un momento, en que quizás hubiera sido mejor el no haber inspirado y llenarme de luz... y así no haber creado mi cuerpo y evitar, ahora, lo que estaba por llegar. Pero era demasiado tarde. Y no tenía sentido una existencia insulsa y parada.

De repente, todo se llenó de una luz intensa y provocadora. Pequeñas explosiones ocurrían a lo largo y ancho de mi/el cuerpo. Yo lo vi. Primero eran discretas. Pero poco a poco (o también muy deprisa, pues la percepción del tiempo es absolutamente relativa), las explosiones empezaron a ser más agresivas. Toda la energía que había acumulado a lo largo de toda mi existencia se me fue escapando en cada una de ellas, hasta llegar al punto en el que la Nada se convirtió en una totalidad de luz, polvo y gas.

"Esta es mi meta, pues. Esta es mi muerte", dije. "Soy una supernova", comprendí, resignado pero también feliz, al fin.

Y mi propio brillo y yo nos fuimos apagando poco a poco..., hasta desaparecer completamente. En un instante.

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