La primera vez que recordaba haberlo visto, se había parado junto a ella durante diez segundos. Había susurrado un “gracias” y había vuelto sobre sus pasos. Solo recordaba eso. Estaba demasiado nerviosa en su segundo o tercer día de trabajo (tampoco lo sabía a ciencia cierta cuándo fue), como para retener cada detalle de la escasa conversación que tuvieron. No se fijó, entonces, demasiado en él, excepto en lo que desentonaba en aquel lugar. No era como las demás personas que estaban ahí. Al menos, así lo creía ella.
Cuando se paraba a pensar en las siguientes veces que lo vio, no recordaba demasiado, excepto un escueto “Hola” cordial cuando se cruzaban en el pasillo, por trabajar en la misma empresa. Cada vez que se cruzaba con él, se fijaba, fugazmente, en la acidez de su mirada. En la seguridad que transmitía. La seriedad y la experiencia que reflejaban sus ojos. Semanas después dedujo que era por la edad que tenía, cuando descubrió cómo se llamaba y que acababa de cumplir años. Unos cuantos más de los que ella pensaba.
Había algo de curioso en la relación entre hombres y mujeres, pensaba. Incluso en el momento antes de iniciar esa relación (ya fuera de amor o de amistad), hay un espacio temporal en el que no se sabe que esa persona existe… hasta que pasa algo que la hace entrar en el campo de interés. Había sufrido casos más drásticos (como trabajar con un hombre durante todo un verano, y que él le confesase que ya habían trabajado el año anterior juntos durante una semana, y que ella ni se acordara de su cara), pero tampoco era muy diferente. Comenzó a fijarse más en sus pequeños detalles (la sonrisa, su forma de caminar, su manera de comunicarse con la gente, la seriedad con la que la saludaba) después de haber soñado una noche con él. Poco a poco, pasó de la fijación a la obsesión.
No fue hasta un tiempo después que se paró a pensar si esa pequeña obsesión era por el simple hecho de que apareciera en uno de sus sueños o porque realmente encontraba algo especial en él. Intentaba analizarlo desde un ángulo neutral, pero se veía influenciada por otros factores. Su soledad, su necesidad de cariño, esa constante falta de alguien a su lado. Hacía poco, se había visto recompensada por un abrazo fuerte y cariñoso por un amigo, que le confesó verla algo abatida y solitaria. En ese mismo momento, se había desmoronado, sintiendo cierta nostalgia que bien sabía de dónde venía.
Su punto de vista, por mucho que intentara ser objetivo, se veía influenciado pues, por diversos sentimientos. Quizás su mente le había jugado una mala pasada y había escogido a la persona errónea, porque no veía que existiera la posibilidad, por parte de él, de un acercamiento. Se dijo a sí misma que si todo era tan complicado (realmente no lo era, sólo que tenía ansias de que todo ocurriera cuanto antes), era porque no debía de ser él. Porque, posiblemente, no estuviera interesado (tuviese o no pareja). O quizás realmente, él merecía ese tipo de atención… y ella la recibía de él, pero los dos eran tan tímidos que ninguno se decidía a dar el paso.
Antes de llegar al día en que concluyó que todo debía de pasar más despacio y sin forzar nada, había intentado establecer conversación con él. Acercándose a su sección para pedirle cualquier cosa, hacer una pequeña broma (jamás escuchada), o cuando se pasaba él por su mostrador, incitándole a hablar. Pero él se limitaba a las formalidades. Y ella volvía cada vez más frustrada a casa, pensando en que realmente, no había ninguna opción. Que ese interés no era recíproco. Intentó buscarle defectos para alejarlo de su mente. Pero siempre volvía con su mirada ácida. Cada vez que la recordaba, intentaba encontrar mejores palabras para describirla, pero así la sentía. Una mezcla de acidez y experiencia. Que la retaba. Pero no era capaz de aceptar el reto. Y él parecía insistir más bien poco.
A pesar de llegar a una conclusión, él parecía negarse a dejar libre su mente. En cada esquina, aparecía él. Se repetía una y otra vez a sí misma que las cosas tenían que salir naturales. Que si no existía interés, poco a poco, se iría deshaciendo el encanto (y su recuerdo en la memoria), y lo volvería a mirar como la primera vez. Por encima, sin reparar en los detalles, y siendo meramente cordial para susurrar un saludo. Y que, en el mejor de los casos… él estaba ideando algún tipo de plan para poder establecer una conversación y desarrollar, para empezar, una relación de compañeros de trabajo, que no se limitan simplemente al saludo.
No quería implicarse demasiado, por miedo al rechazo. Había comenzado de la nada. Había tenido suerte incluso de conocer su nombre. ¿Dónde debía de dibujar la línea para tener un límite? Quizás ya era tarde para establecerla, y la había pasado. Excepto tres datos, poco más conocía de él. ¿Estaría en la misma situación de no ser por el sueño?
Intentando no darle demasiadas vueltas (más de las que ya le había dado), se planteó ir al trabajo con otro tipo de pensamiento. Mantenerse alejada. No hacer más movimientos. No más búsquedas. Si no le veía venir, entendería que no existiera ningún tipo de interés. Desharía el sueño. Volvería atrás para descruzar la línea. Y no más “Gracias” condescendientes por su parte.
1 comentario:
Pues yo creo que lo has escrito muy bien ^_^
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